Friday, March 24, 2017

La fórmula de la riqueza y el Doria Medina empresario

Se conoce y dice mucho del Samuel político, pero casi nada o muy poco se conoce del Samuel empresario, del Samuel industrioso, conocemos casi nada. Para Fernando Molina, autor del libro, como lo hace en sus bellas obras de este estilo, el transitar de una vida es un pretexto para introducirnos en la historia de las ideas locales y mundiales; pasearnos por el entramado de los procesos económicos; meternos en el relato de los valores morales y éticos reinantes para, a través de su narración, conducirnos por los vaivenes políticos y sociales que estremecen a sus actores.

El libro Samuel Doria Medina. Biografía de un industrial es más que una crónica: es un manual de la historia económica y política boliviana del siglo XX y comienzos del XXI. Es la historia (1936) de la transformación de un boletero de cine (así empezó el papá del protagonista Samuel Doria Medina Arana) en un planillero (1941) de la Policía Departamental de Oruro hasta llegar, por su dedicación autodidacta, a (1942) ayudante de contabilidad de la casa Grace: el más grande emporio industrial y comercial de Bolivia y América Latina.

La casa Grace, por supuesto, ya en 1942, cuando Sam I entró a trabajar de ayuco de contabilidad, poseía, aparte de empresas mineras y de comercio, a la Sociedad Boliviana de Cemento, una factoría fundada por comerciantes alemanes, que decidieron pasar del negocio mercantil al industrial, en 1925.

Sam I es un hombre de constantes transformaciones, reinvenciones y logros. Ya casado con la potosina Yolanda Auza Guzmán de Rojas y con tres hijas mujeres del matrimonio, como parte de la promoción por su trabajo y capacidad, es, en 1952, invitado a afincarse en La Paz para seguir trabajando en la Grace.

El de 4 diciembre de 1958, en una clínica cerca de la UMSA, el patriarca de los Doria Medina, impaciente, espantando ratones en la precaria clínica donde estaba internada su esposa, en medio de las preocupaciones de pagar el alquiler de la casa donde vivían, los estudios de las hijas, el costo del parto y la ansiedad por ver si esta vez le había achuntado, esperaba el nacimiento de su séptima concepción.

Grande fue su alegría cuando el médico le dijo que el recién nacido era un varón. No hubo dudas sobre nombre, se llamaría también Samuel, Samuel Doria Medina Auza, el Sam II como se señala en el libro.

A principios de los 70 y ante el auge de los gobiernos populistas en América Latina y en Bolivia en particular, la casa Grace decide vender sus propiedades comerciales e industriales para salir del continente y del país.

El principio que usan los dueños de Grace es que la primera oportunidad de comprar la tendrían sus empleados. A un grupo de empleados, entre los que estaban Samuel Doria Medina Arana, se les hizo la propuesta de compra. La oferta era tentadora, pero todos veían la idea como imposible de realizar.

Entonces, el más largado, el que mantenía a una numerosa familia y que vivía en alquiler, les dice que no había que perder la oportunidad, que había que comprar. ¿Pero cómo puedes querer comprar una empresa si ni casa tienes? Fue la pregunta abierta y silenciosa de todos, ¡estás loco! ¡De dónde vamos a sacar dos millones de dólares!

Tranquilo y sin dudar Sam I respondió a sus amigos: "Nos prestaremos dinero, somos ejecutivos importantes, tenemos un prestigio ganado”. Y así se hizo, en 1972, los empleados se transformaron, en cómodas cuotas, en empresarios creando INBO (Inversiones Bolivianas).

A finales de los 70, los accionistas del Holding INBO empezaron a tener problemas, estaban los que proponían consolidar lo ya logrado y los que plateaban seguir creciendo.

Ramiro Cabezas, experto financiero del grupo, tasó las empresas del holding y las presentó en el directorio para que Sam I, líder de uno de los grupos, escoja qué empresas se agarraría como parte del pago. Las empresas más prosperas del grupo, en ese entonces, eran Intermaco, importadora de maquinaria, representaciones de marcas de automóviles y el Banco Hipotecario.

En cambio, las menos rentables y con problemas eran lo que quedaba de la casa Grace, comercializadora (que había pasado de dominar el 50% de las importaciones bolivianas a solo el 0,5%), Soboce (que solo arrojaba deuda y pérdidas) y Contrans (una pequeña empresa naviera de importación).

La decisión tomada por Sam I dejó boquiabiertos a los socios. Optaron por llevarse Grace, Soboce y Contrans. La explicación de Sam I fue simple: la plata se va, los fierros quedan (página 91).

Hasta aquí he hablado del papá de Samuel, de Samuel Doria Medina Arana y no de Samuel Doria Medina Auza, el biografiado. ¿Por qué? Porque quería resaltar dos cosas centrales. La primera, que los Doria Medina no se hicieron de la noche a la mañana y, la segunda, que ya intuitivamente, a través del Patriarca, y ya científicamente a través del Heredero, optarían por lo más difícil en Bolivia: hacer industria.

Fernando Molina, en el libro, hace una excelente digresión entre lo que es un paradigma industrioso y uno rentista. Siguiendo su análisis, pero sin repetir su fundamentación voy a usar la fórmula que Rolando Garnica, un industrioso cochabambino, quien señala que el paradigma dominante de Bolivia está en el fetichismo de las materias primas como única fuente de generación de riqueza.

Esta veneración a las materias primas es la que nos lleva a asaltar el Estado para ya, individual o corporativamente, apropiarnos de parte de la renta. Según Garnica la fórmula equivocada de la riqueza que nos domina es Riqueza = A Materia Prima más la aplicación de una Herramienta que la explote, más Poder Político (Riqueza= MP + H + PP).

Para Garnica, esta es una de las razones de nuestra desgracia como país, porque no hemos avanzado al paradigma de las sociedades modernas en las que la base de la generación de riqueza es la transformación. Para él la Riqueza = A Materia Prima, más Conocimiento, más Herramientas, más Transformación (Riqueza = MP + C + H + T).

El conocimiento y las herramientas son lo que se llama Tecnología que hace que un pedazo de greda que vale un boliviano el kilo, al meterle conocimientos y herramientas, se lo transforme en ladrillo y el kilo ya no valga un boliviano sino 20 bolivianos.

Y este es el paradigma al que el finado Samuel Doria Medina Arana apostó -aquel día que se separó de INBO- y heredó a sus generaciones futuras. No fue en vano la preocupación del patriarca para que el "chico jodido” (Sam II), se convierta en un profesional con conocimientos modernos y útiles; para que, cuando en 1987 la principal empresa Soboce estaba al punto del quiebre, la levante hasta ser un emporio de 300 millones de dólares.

Desde la página 97 a la 110 ustedes encontrarán el detalle de las deudas y pagos al Banco del Estado con las que siempre se ha estigmatizado el desarrollo de Soboce y Sam II. Esto lo explica muy bien Fernando Molina, con una acuciosidad que no deja dudas.

Desde la página 113 en adelante, en especial para los jóvenes emprendedores de hoy, se encuentra una exquisita relación de desarrollo empresarial que hace de Samuel un gerente fuera de lo común y que muy pocos valorábamos. Me incluyo en esa desvalorización porque, recién, con la lectura de esta biografía, he llegado a valorar al Sam empresario, visionario y transformador del que millones de bolivianos deberíamos aprender.

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